Ago 24, 2019 Noticias Colòn Entretenimiento 0
Leí hace pocos días que el olfato es el único sentido perpetuo puesto que registra y clasifica los olores de manera permanente.
Eso explica porqué solemos decir que un aroma nos recuerda a alguien (o algo) y nos remonta a nuestra infancia, sin que en el presente podamos tener noción de cuánto nos marca o nos cautiva.
Sin embargo, no todos tenemos desarrollado el olfato al mismo nivel porque somos particulares. Es acá donde me ubico en la zona de los que lo tienen ‘demasiado’ desarrollado.
Siempre lo supe porque crecí sintiendo olores que nadie percibía, y aseguro que siempre son mayores los desagradables, puesto que los aromas de preferencia hay que buscarlos o crearlos.
La excepción es el petricor, luego de la lluvia, y algunas flores. Pocas.
Las personas huelen a la sumatoria de productos que usan, a lo que consumen, al entorno donde viven o trabajan, al contexto y/o momento del día, etc.
Por lo general no huelen bien. La higiene no basta. Somos hediondos por naturaleza y no aceptamos nuestros olores, sino con fastidio. Por eso recurrimos a jabones, desodorantes, perfumes, cremas, etc.
Esa costumbre está regulada por los gustos, pero ese es otro tema.
Incluso los aromas que más movilizan son los de los alimentos elaborados o cocidos, pero en un horario adecuado y con el estómago vacío.
Insisto, estamos rodeados de sustancias naturales o no, que en conjunto, no nos agradan y tratamos de camuflarlas, u obviarlas.
Padecí (y sigo) la intensidad de mi sentir porque define mi humor, mi ánimo, mis deseos, mis pensamientos, mi actitud.
Así como un olor desagradable me asquea, me ofusca, me irrita y lo digo sin pudor ni recato, un buen aroma puede llevarme a sensaciones infinitas donde me entrego como si planeara en él.
Suelo quedarme cerca de quienes huelen bien, como un apego casual, y me alegra. Procuro transmitir lo mismo.
Pero si detecto algo hediondo lo busco hasta encontrarlo y trato de sacarlo o solucionarlo compulsivamente.
Me apena no poder sentir mi propio olor. Todos tenemos uno, o varios.
Me angustia que no se puede bloquear el olfato como cuando no queremos ver y cerramos los ojos. Porque la respiración bucal no es una opción. Es casi comer las partículas que rechazo.
He gastado (y seguiré) fortuna en buenos perfumes y cremas por el placer de descubrir y registrar nuevos aromas, llevarlos puestos y compartirlos al estar y pasar.
Reconozco que tanta sensibilidad me condiciona pero no me avergüenza. Es una protección a veces, y me caracteriza.
En el mundo que imagino, cada persona emana exquisitos aromas, no hay hedores, y sólo el silencio guarda la nada, como un reparo, una pausa, un escalón hacia lo nuevo.-» Luly González
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